No traigo nunca a mi mujer.

Aparco, me apeo, cierro el coche, hace un día perfecto,
calido y
tranquilo, me siento bien, echo a andar hacia la entrada
del hipódromo y un tipejo gordo se pone a caminar a mi
lado,
no sé de donde ha salido.
-hola-dice-, qué tal te va?
-bien- le digo.
-supongo que no me recuerdas -me dice-. ya me has
visto antes, igual dos o tres veces.
-es posible-le digo-, vengo al hipódromo todos los
días.
-yo vengo quizá tres o cuatro veces al mes- me dice.
-¿con tu mujer? -le pregunto.
-ah no -dice-. no traigo nunca a mi mujer.
-¿quién te gusta en la primera? -me pregunta.
le digo que aún no he recogido el Formulario.
seguimos andando y yo camino más rápido; se esfuerza por
seguirme.

-¿dónde te sientas? -me pregunta.
le digo que me siento en un sitio distinto cada vez.

-ese maldito Gillian es el peor jockey del hipódromo
-me dice-.

el otro día perdí una pasta con él. ¿por
qué le dan trabajo?
le digo que Whittingham y Londgen creen que lo hace
bien.
-claro, son amigos -responde-. sé una cosilla sobre
Gillian. ¿quieres oírla?
le digo que lo olvide.

nos estamos acercando a los quioscos cerca de la entrada
y me desvío hacia la izquierda como si fuera a comprar
un periódico.
-buena suerte -le digo, y me voy apartando.
él parece pasmado, pone mirada de estupefacción; me
recuerda
a ciertas mujeres que sólo se sienten seguras cuando tienen
el pulgar de alguien
metido por el culo.
mira alrededor, ve a un viejo de pelo entrecano que
cojea, se apresura a su lado, comienza a andar al paso del
viejo y se pone a hablarle.

pago la entrada, encuentro un sitio lejos de todo el mundo,
me siento.
paso siete u ocho buenos minutos tranquilos, entonces
oigo un
movimiento: un joven se ha sentado cerca de mí, no a mi
lado
sino un asiento más allá, aunque hay cientos de
sitios vacíos por todas partes.
otro Mickey Mouse, pienso. ¿por qué siempre me
necesitan?
sigo trabajando en mis cálculos.
entonces oigo su voz: ~Blue Baron se hará con la primera
carrera~.
tomo nota de descartar a ese podenco y luego levanto la
mirada y
me da la impresión de que el comentario va dirigido a mí:
no hay
nadie a cincuenta metros.
le veo la cara.
tiene una cara que a las mujeres les encantaría:
completamente insulsa y
vacía.
las circunstancias lo han dejado intacto,
un milagro de cero.
hasta yo me quedo mirándole, encantado:
es como contemplar un interminable lago de leche
en el que no ha caído un guijarro siquiera.

vuelvo a bajar la vista del Formulario.

-¿quién le gusta? ~me pregunta.

~caballero ~le digo~ prefiero no hablar.

me mira desde detrás de su bigote negro perfectamente
recortado,
no hay un solo pelo más largo que otro o fuera de lugar;
he probado a llevar bigote; los espejos nunca me han
atraído lo suficiente
para mantener algo tan poco natural.
me dice: -mi amigo me habló de usted. dice que no
habla
con nadie.

me levanto, me llevo mis papeles tres filas y dieciséis
asientos más
allá, saco el juego
de tapones de goma roja para los oídos, me los embuto.
ser el guardián de mi hermano no haría más que
restringirme a un
lugar con muros de ladrillo
donde todo es lo mismo.

compadezco a los solitarios, percibo su necesidad, pero
también creo
que deberían
consolarse unos a otros y dejarme a mí en paz.

así que, con los tapones puestos, se me pasa la ceremonia
de arriada de bandera, absorto
en el Formulario.

me gustaría ser humano
si me dejaran.

ir al hipódromo es como ir a cualquier otro lugar sólo que,
en términos generales,
allí hay más gente solitaria, lo que no ayuda mucho.
tienen derecho a estar allí y yo tengo derecho a estar allí.
esto es una democracia y todos formamos parte de una
familia infeliz.

Charles Bukowski.

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Armando Guerrero, Oaxaca, México.