Pesas.

A todos nos pasa, tenemos épocas
en las que decidimos desafiar ferozmente a todos y a
todo.
primero decidimos ponernos en forma.
empezamos a levantar pesas otra vez,
los músculos lacios responden a regañadientes.
luego volvemos a
merodear por los antros
más duros,
sentados tranquilamente, a la espera de que
surjan problemas, desafiando a los
problemas a que asomen la cara
hasta que por fin llegan encarnados en algún mugriento
borracho
rastrero
con puños de martillo.
surge un
malentendido
y afuera que vamos,
puño contra hueso,
encajamos lo que venga,
lanzamos puñetazos desde el
hombro,
gruñimos,
cogemos aire a bocanadas,
esquivamos golpes a manotazos,
los pies bien plantados,
el gentío borracho y alborotado
jadea a la espera
de que alguno fallezca,
el que sea.

sopesas a los tipos con puños de martillo
uno a uno
algunos te parecen
deficientes pero,
por suerte, no
todos.

a las mujeres de mala vida les encantan
los tipos que
pelean.
y ahora se descuelgan
hasta tu habitación
en penumbra,
excitadas por tu
estúpido
valor
pero no tardarán
en empezar a
sorberte la
independencia;
con paciencia,
con maña,
intentarán reclamarte
permanentemente como algo de su propiedad
haciendo que,
en comparación,
esos borrachos con puños de martillo
empalidezcan y
resulten
inofensivos.

entonces, una noche,
estás sentado
en tu habitación de un hotel
barato
con
quien sea
y ella habla de su
desdichada infancia o de
aquella vez que
cruzó sola haciendo autostop
el indómito Amazonas
y te alcanza como una
patada en la tripa:

¿Qué estoy haciendo conmigo
y por qué?

y dejas de levantar
pesas y
la dejas o mejor
aún, dejas que te
deje.
luego dejas tus planes desacertados.

dejas lo de ponerte
a prueba;
ponerte a prueba
resulta no tener mayor
importancia.
no es más que
la vanidad, que atiborra
su propia masa
abotargada.

retrocedes,
te reagrupas.

es sencillo.

un mes despúes, en algún
lugar público,
un bruto con pinta de palurdo*
te clava el codo, te empuja
un poco.
tiene prisa por
algo y
tú te has cruzado un tanto
en su camino.
le miras a los
ojos.
-perdona, tío -le
dices-. ¿todo bien?
se queda perplejo, no
lo entiende en
absoluto.

bien.

un hombre tiene que dar la vuelta completa,
volver por fin adonde
estaba.

a veces hace falta una
temporada.
otras veces, quizá, le resulta
imposible.

pero desde que
por fin lo he logrado,
me he vuelto razonable y cuerdo de nuevo,
las mujeres se han vuelto
más hermosas y las
habitaciones más grandes y luminosas,
no es que fuera buscando lo
uno ni lo otro
pero, al cabo, me han
encontrado.

como es natural, sigo levantando
pesas muy de
vez
en cuando;
las viejas costumbres suelen
tardar tanto en morir
como los
hombres viejos.


Charles Bukowski

*Palurdo.
(Del fr. balourd).
 Dicho por lo común de la gente del campo y de las aldeas: Tosca, grosera. U. t. c. s.

Armando Guerrero, Oaxaca, México.