El cielo inacabado


El abatimiento detiene su curso
La angustia detiene su curso
El buitre frena su vuelo.


Fogosa, la luz fluye,
incluso los fantasmas le dan un trago.


Y nuestros cuadros en el día,
nuestras bestias rojas de los talleres de la era glacial.


Todo comienza a ver alrededor.
Caminamos por cientos bajo el sol.


Cada hombre es una puerta entreabierta
que da a una sala para todos.


El suelo interminable bajo nuestros pies.


El agua brilla entre los árboles.


El lago es una ventana a la tierra.


Tomas Tranströmer.

La noche en la isla


Toda la noche he dormido contigo
junto al mar, en la isla.
Salvaje y dulce eras entre el placer y el sueño,
entre el fuego y el agua.

Tal vez muy tarde
nuestros sueños se unieron
en lo alto o en el fondo,
arriba como ramas que un mismo viento mueve,
abajo como rojas raíces que se tocan.

Tal vez tu sueño
se separó del mío
y por el mar oscuro
me buscaba
como antes
cuando aún no existías,
cuando sin divisarte
navegué por tu lado,
y tus ojos buscaban
lo que ahora
—pan, vino, amor y cólera—
te doy a manos llenas
porque tú eres la copa
que esperaba los dones de mi vida.

He dormido contigo
toda la noche mientras
la oscura tierra gira
con vivos y con muertos,
y al despertar de pronto
en medio de la sombra
mi brazo rodeaba tu cintura.
Ni la noche, ni el sueño
pudieron separarnos.

He dormido contigo
y al despertar tu boca
salida de tu sueño
me dio el sabor de tierra,
de agua marina, de algas,
del fondo de tu vida,
y recibí tu beso
mojado por la aurora
como si me llegara
del mar que nos rodea.



Pablo Neruda.

Tarde en cámara lenta


Tu cuerpo, el mundo, corre.
Mis ojos, el mundo, también.
Nadie ama dos veces con los mismos ojos.
Contemplar: confluir.


Gabriel Zaid.

[De todo, quedaron tres cosas]


De todo, quedaron tres cosas:
la certeza de que estaba siempre comenzando,
la certeza de que había que seguir
y la certeza de que sería interrumpido
antes de terminar.

Hacer de la interrupción un camino nuevo,

hacer de la caida, un paso de danza,
del miedo, una escalera,
del sueño, un puente, de la búsqueda,...un encuentro.


Fernando Pessoa.

¿te hablé alguna vez?


¿Te hablé alguna vez
de aquel maldito loco al que
le gustaba hacer el amor
frente a un
        ventanal?

Y también estaba ése
que se llevó el tocadiscos,
y ése que
rompió las lámparas
y ése con los
pelillos rubios en el
        pecho.

Y ése
en el suelo de la cocina,
y ese que
buscaba la boca
del Río Orinoco.

Y ese alto que
que se hizo guardabosques
y dejó una nota a Roger
confesando que era marica
        (pero Roger ya lo sabía.)

Después está el comunista -está en
Canada
o Florida, solo que creo
que es otro con otro
nombre, y tengo una foto suya
saliendo a rastras de un bote de remos;
tiene un pelo gris precioso y la cara
un poco morada
y escribe estas
        largas cartas de amor.

Y Edward era marica -pero muy cariñoso;
encendía velas, tenía un gran sentido del humor y
las piernas muy peludas -como uno de esos cangrejos
de tierra
        o un coco.

Y Jerry era como un caballo -
si le miraba los ojos
no podía
besarme.
(se hacía pasar por gay
pero no lo era.)
(Lo sé. Oh, siempre lo sé.)

Después estaba mi idilio
del desierto -la verdad es que no me gusta hablar
de ello, pero ya que lo has preguntado-
creo que me amaba
de verdad.
Me emborraché y
me caí del caballo
y me rompí el
brazo
cuando quisimos saltar una valla
montando los dos juntos
y su mujer me amenazó con
matarme
        de modo
                   que
                       me largué de la ciudad.
Solía subirme al
tejado con Manny.
Era muy raro.
Sus padres lo habían malcriado.
Mirábamos la luna con
un telescopio: yo estaba
en el borde del tejado
y lo sujetaba
y él se sentaba
un poco más atrás
y miraba.

Y Carl tiene mi Drama
Through the Ages, de
Euripides a Miller. 
(Tengo que escribirle para pedírselo. ¿Te
importa? Ese Carl-

era mi cumpleaños
y entré
y estaba inconsciente
borracho como una cuba
en el sofá
y le tiré
unas flores
(con jarrón y todo)
y se levantó
y me enseñó el más diminuto
brazalete de oro
en una pequeña caja de fieltro,
y llore
(Oh sí, lo quería. De verdad
que lo quería -era muy dulce,
y siempre le estaba escribiendo a su madre -
"¡Dime cómo está Rita, por favor!"
 pero su madre
       nunca se lo decía.)

Después estaba aquel viejo alemán bastardo
nunca saben cuándo rendirse.
Era calvo y yo lo odiaba,
parecía un sapo enfermo
y tenía mal aliento,
pero lo más divertido
era todo aquel pelo que tenía
en la barriga. Nunca me lo hubiera
imaginado.
Tenía un montón de dinero
pero estaba casado,
viejo bastardo
y me dijo
que me quería,
y me contrató como
secretaria,
siempre andaba jugando,
viejo bastardo,
y al final se escapó,
aunque yo podría habérselo quitado
a su mujer
pero no soportaba a aquel viejo
bastardo.

¿Vincent?
No. No era nadie. Tenía miedo
de su hermano.
"¡Mi hermano!" gritaba
y salíamos corriendo por la puerta de atrás
hacia el jardín desnudos
o en bragas y sostenes.
Hice cortinas para su casa
y me llamaba hija
y cocinaba para él
y escribía todo en un pequeño
cuaderno negro y llevaba una gorra de marinero.
Tiraba dinero al suelo
y tocaba el órgano. . .
escribió una ópera para Órgano
titulada el Emperador de San Francisco.
Pero sobre todo me gustaba porque
conocía a los chicos,
una vez me llevó a Newman para que los conociera,
y en una ocasión, antes de que se volviera tacaño
me envío dinero
cuando estaba tirado en las islas.

Y Gus -era como un padre para mí-
hacía mucho tiempo que lo conocía.
Lo conocí en las islas
cuando estaba tirado.
Creo que me salvó la vida.
Me echaron porque me habían pillado en las
barracas.
Pero él lo entendió.
Oh, ya sé que no te gustaba,
Pero es tan comprensivo.
Y cuando Vincent me envió el dinero
los dos nos venimos a Estados Unidos.
Me dijo que se quería casar conmigo
pero tenía que cuidar a su
madre
que tenía una especie de
enfermedad crónica.
Siempre volvía a
las islas,
completamente perdido,
totalmente perdido.
Ahora no lo conocerías.
Dejó de beber
y pesa 150 kilos,
(y besaba igual que tú,
y tenía unos pequeños alambres en la pierna
izquierda, pero nunca me lo contó. . .)

. . . y el chofer
entró en la habitación
con un pollo vivo
en una cesta.
El tío agarró el pollo
por el cuello
y empezó
a retorcerlo y retorcerlo
y tendrías que haber oído
a aquel pollo chillar
y entonces le pegó un tajo con un cuchillo
y la sangre
cayó como una lluvia
y el tío
tocó su flautín
y me miró a los ojos,
y eso es todo,
aunque hizo que me quitara
el vestido.
Me dio 25 dólares
pero de algún modo
todo aquello
me enfermó.

Nicholas era un maricón
impotente
y era mi amante.
Aún tiene mi
e.e. cummings.
El primero estaba loco.
Hacía sonar
hojas de higo
sentado encima de la mesita del café
con la manos enredadas en mi pelo.
Tocaba el oboe
y ya sabes lo que
dicen del oboe:
pero me lo
robaron
y era como un niño.
Le dio el oboe a un bailarín clásico
que se había roto la
pierna en
un taburete plegable
mientras
hacía una excursión
en los Adirondacks.

Estuve comprometida con Arlington
solo tres semanas.
Y me arrancó el anillo del dedo
diciendo que no
quería casarse con todo
un ejercito de maricones.
Un tiempo después se echó a llorar sobre mi hombro
y me dijo que era una abeja reina
y un general
y que se había estado engañando
toda la vida.
Lloré cuando se marchó.

Ralph fue el único, eso creo,
que me amó de verdad,
pero no valoraba las cosas
más sutiles:
creía que Van Gogh era un pítcher
de Brooklyn y que George Sand salía
con Zsa Zsa Gabor.
Y cuando me envió dinero desde East Lansing
me compré un equipo de alta fidelidad y un toro de juguete
de ojos azules
y lo llamé Keithy-orinal
Le envié a Ralph una azalea prensada y una foto
mía
totalmente doblada
en bikini.

Sherman tenía miedo a la oscuridad.
Murió al tragarse un
hueso de cereza. Roger -ya te hablé
de
él; una vez Roger empezó
una buena historia
pero nunca la acabó
        Iba de un maricón
sentado en una mesa
en un club nocturno
y entonces llegaban aquellos tipos -
pero, oh, no puedo explicarlo.

Peter se matará un día.
Art se matará.
Tommy pegó fuego a la cama y
le dio una paliza a su madre. Yo solo
viví con él
por ella. Fuimos
a la Misa Alkaseltzer
juntos. Una vez
le pegó al
bajar del tranvía.
Después me pegó a mí. Lo odiaba,
pero era como una madre para mí.
Y entonces te conocí a ti.

¿Te acuerdas de aquél domingo en
el Round Duck?
Tú dijiste,
      Vámonos a
      México.
Y me llevaste a
tu casa
y me leíste a Erle Stanley Gardner
y después te quedaste un rato
en la ventana.
Te parecías a mi padre.
Tendrías que haber conocido a mi padre.
Era un borracho.
Oh, estoy tan contento de haberte conocido.
Haces que
me sienta tan
bueno. Cariño  eres un
hombre.
¡El único
HOMBRE
de verdad que he conocido en mi vida!
¡Oh querido, cómo te
esperaba!
Yo tengo las manos frías y
¿tú tienes los pies
más divertidos!

Te quiero. . .


Charles Bukowski.



mágica excursión a la aventura


Voy conduciendo un deportivo
de un amarillo intenso, profundo
a ras de suelo bajo un sol italiano.
tengo acento británico.
llevo gafas de sol
una camisa de seda cara.
no tengo sucias las
uñas.
en la radio suena Vivaldi
y van dos mujeres
conmigo
una de pelo negro azabache
la otra rubia.
tienen pechos pequeños y
hermosas piernas
y se ríen con todo lo que
digo.

subiendo una cuesta empinada
la rubia me achuchaba* la pierna
y se me acurruca
mientras pelo azabache
desde atrás me mordisquea la
oreja.

paramos a comer en una pintoresca
posada rústica.
siguen las risas
antes de comer
mientras comemos y después de
comer.

después de comer se nos pinchará
una rueda al otro lado de
la montaña
y la rubia cambiará la
rueda
mientras
pelo azabache
me fotografía
enciendo mi pipa
recostado en un árbol
en perfecta paz
el marco perfecto
con
sol
flores
nubes
pájaros
por todas partes.


Charles Bukowski.


*Achuchar
tr. azuzar.
tr. coloq. Esp. Dicho de una persona: Apretar a otra cariñosamente o con intención erótica.

Acata la hermosura


Acata la hermosura
y ríndete,
corazón duro.
Acata la verdad
y endurécete
contra la marea.
O suéltate, quizá,
como el Espíritu
fiel sobre las aguas.


Gabriel Zaid.

[Quiero, tendré]


QUIERO, tendré:
si no aquí,
en otro lugar que aún no sé.
Nada perdí.
Todo seré.


Fernando Pessoa.

Bajo los párpados


El rocío se ha congelado sobre los párpados.

El seco panal abandonado se ha vuelto el badajo de una campana
que tañe sobre las tumbas bañadas de musgo.

No solo la hierba se quiebra,
también los pies que caminan sobre ella.

El frío es hoy un cuello erguido.
Su mentón lo sostiene el orgullo.
La lejanía es un acantilado donde el cielo se arroja a cada instante.
Los edificios son hombres que no muestran el rostro.

Es aún muy temprano en la mañana,
la luz parece bajar de las montañas como una extraña niebla transparente.
¿Qué veo cuando veo el amanecer?
¿Si quiero tocar el día, qué debería de tocar? ¿Con qué mano?

Como unos ojos nuevos, el rocío me muestra lo efímero
convertido en lo duradero:
la superficie del viento que se convierte en la profundidad del abismo,
la semilla insignificante que se convierte en cosecha,
el breve pasillo entre los árboles que se convierte en el inicio
de un camino que ha de rodear al mundo.

Alguien que llegó de repente me dice que no recuerda mi nombre
y yo tampoco podría recordar el suyo.

Ayer vi una a una mujer que había amado y no podía recordar este amor.
Me he vuelto viejo como un jardín que a nadie asombra,
la canción que ayer me emocionaba no consigue volver a emocionarme,
el asombro es una delicia que no baja a mi lengua.

El rocío ha besado mis ojos con su mínima boca hasta extinguirlos.
Ya no veo: presiento.
Mi cuerpo se cae como una capa derruida
y deja mi alma desnuda
y un alma no puede volverse para mirar a nadie, a nada.

¿A dónde debería llegar en mi paseo?
¿Por qué estoy paseando? ¿Hace cuánto lo hago? ¿Acaso fue una invitación?
Y si lo fue ¿por qué camino solo?

Como un hombre está hecho de sus tantas historias,
soy aquello que olvido.

Casi me he abandonado.
Esta lluvia, lo sé, son muchos llantos.

Hay algo emocionante y hermoso que se aloja en mi boca:
viene de mi garganta
o más allá, no sé de dónde más allá.

El rocío se ha congelado sobre mis párpados.

Atrás de mí no sé qué es lo que escucho: si el lamento del viento
o el lamento del mar.

Quizá todo es lo mismo.
Quizá solo por hoy todo es lo mismo,
y aquello que he creído haber vivido, solo está por llegar.


Jorge Galán.

Prueba de Arquímedes


Si te hundiera en una tina,
Vería el volumen que desplazas.
Si te colgara de un pie,
Hasta qué punto eres un bulto.
Estoy perplejo porque eres.
Porque eres eso, eso y más que eso.
¿Acabaré de entenderte?
Te muerdo y sólo te desprendo un grito.
Te aprieto y vuelas en una carcajada.
¿Dónde está el alma, dicen los cirujanos?
¿Quién eres tú, digo yo?
Me fui de bruces en tus ojos.
No tenían fondo.


Gabriel Zaid.

Armando Guerrero, Oaxaca, México.