Dos clases de infierno.

Estuve sentado en el mismo bar durante siete años, desde las
seis de la tarde
hasta las dos de la mañana.

a veces no recordaba haber vuelto
a mi habitación.

era como si estuviera sentado en ese taburete
continuamente.

no tenía dinero pero de alguna manera seguían
poniéndome copas.
no era el payaso del bar sino más bien el
bobo.
pero a menudo un bobo es capaz de encontrar a alguien
más bobo que lo invite a beber.
por suerte, era un garito
concurrido.

pero yo tenía un punto de vista: estaba a la espera de
que ocurriera
algo extraordinario.
sin embargo, a medida que iban transcurridos los años
no ocurría nada a menos que lo
provocara yo:

un espejo roto en el bar, una pelea con un gigante de
dos metros y pico, un flirteo con una lesbiana,
la capacidad para llamar al pan pan y al vino vino y
resolver disputas que no había empezado
yo, y demás...

un día sencillamente me levanté y me fui.

así, sin más.

y al empezar a beber a solas mi propia compañía me resultaba
más que satisfactoria.

luego, como si a los dioses les incordiara mi tranquilidad
de espíritu, las mujeres empezaron a llamar a mi puerta.
!los dioses enviaban mujeres al
bobo¡

las mujeres llegaban de una en una y cada vez que se
marchaba alguna
los dioses enviaban a otra de inmediato, sin darme
el más mínimo respiro.

y todas parecían al principio un nuevo milagro, pero todo
lo que
al principio parecía maravilloso terminaba
mal.

culpa mía, claro, sí eso solían
decirme.

los dioses son incapaces de dejarle a un tipo de beba solo;
tienen envidia de los
placeres sencillos; así que envían a una mujer que
llame a tu puerta.
recuerdo todos aquellos hoteles baratos; era como si todas
las mujeres;
fueran la misma; el primer delicado golpecito en la puerta
de madera y luego:
-vaya, he oído esa música tan hermosa que escuchas en la
radio. somos
vecinos. !estoy en la 603 pero nunca te he visto
por el pasillo¡

-adelante.

y la santidad se iba al carajo.

también recuerdas aquella vez que
te acercaste por detrás al gigante de dos metros y pico y le
tiraste
el gorro vaquero, al tiempo que gritabas:
-!eres tan alto que seguro que no puedes chuparle los
pezones
a tu madre¡

y alguien en el bar dijo: -oiga, caballero, olvídelo, está
grillado, es un gilipollas, no sabe lo que
se dice¡

-sé EXACTAMENTE lo que me digo y voy a decirlo otra vez:
>>eres tan alto que seguro... >>.

la pelea la ganó él pero no moriste, no tal como moriste
por dentro después de que
los dioses dispusieran que todas esas mujeres fueran a
llamar a tu puerta.

la pelea a puñetazos fue más limpia: él era lento, estúpido e
incluso estaba un tanto
asustado y la batalla te fue bastante bien durante un buen
rato,
tal como te fue al principio con todas esas mujeres que enviaron
los dioses.

la diferencia, decidí, estribaba en que al menos tuve una
oportunidad con las
mujeres.

Charles Bukowski.

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Armando Guerrero, Oaxaca, México.