Henry Charles Bukowski 1920-1994, nació en la ciudad alemana
de Andernach, pero a los dos años se trasladó con su familia a Baltimore y, más
tarde, se mudaron a California, donde vivió gran parte de su vida. Durante
muchos años y tras un breve paso por la universidad, se ganó la vida con
trabajos temporales, espaciados por los periodos de vacaciones que se tomaba
cuando tenía suerte en las apuestas del hipódromo.
Empezó a escribir cuentos siendo muy joven, pero tras un
primer relato publicado en la revista “Story Magazine” en 1944, abandonó la
literatura por un periodo de diez años, desencantado del proceso que implicaba
el publicar. Durante esta década llevó una vida de extremos y excesos motivados
por su afición al alcohol que habrá de ser, su numen. En su alcoholismo
Bukowski encontraría la inspiración (y la razón) para desarrollar una
literatura profunda y punzante que expone al ser humano sin apariencia, que
sangra bajo la piel.
“El alcohol es probablemente una de las mejores cosas que han
llegado a esta tierra, además de mí. Entonces nos llevamos bien. Es destructivo
para la mayoría de la gente, pero yo soy un caso aparte. Hago todo mi trabajo
creativo cuando estoy intoxicado. Incluso me ha ayudado con las mujeres. Es una
liberación porque básicamente yo soy una persona tímida e introvertida, y el
alcohol me permite ser este héroe que atraviesa el espacio y el tiempo,
haciendo un montón de cosas atrevidas... Entonces el alcohol me gusta, cómo
no”.
En 1964 tuvo una hija con su pareja Frances Smith. Cuando se
instaló en Tucson, la amistad con Jon Webb y Gypsy Lou fue determinante para
que Bukowski se decidiera a publicar y a vivir de la literatura.
En 1969, tiempo después de haber publicado algunos poemas en
la revista literaria “The Outsider” y escribir su columna titulada “Notes of a
Dirty Old Man” para el periódico independiente “Open City” (de Los Ángeles) y
después para “Los Ángeles Free Press”, llegó la oportunidad en la cual el
editor John Martin (de Black Sparrow Press) le ofreció 100 dólares mensuales
por el resto de su vida a cambio de que se dedicara a la escritura.
Charles Bukowski escribió el primer poema a los 35 años, su
poesía está marcada por un realismo provocador, descarnado y lírico; a un
tiempo explícito, brutal en ocasiones, abundante en datos autobiográficos,
personalísimos y plenos de humor ácido y desencantado.
No puede olvidarse a propósito de su humor, la entrevista que
le hizo Sean Penn al declarar lo que pensaba sobre las mujeres: “Yo las llamo
máquinas de quejarse. Las cosas con un tipo nunca están bien para ellas. Y
cuando me tiran toda esa histeria... Tengo que salir, agarrar el auto e irme a
cualquier parte. Tomar una taza de café en algún lado. En cualquier lado.
Cualquier cosa menos otra mujer. Supongo que están construidas de diferente
manera, ¿no? Cuando la histeria empieza, se acaba todo. Uno se tiene que ir,
ellas no entienden por qué. ¿Adónde vas?, te gritan. ¡Me voy a la mierda,
nena!. Piensan que soy un misógino, pero no es verdad. Eso es mentira. Seguro,
a veces pinto una mala imagen de las mujeres en mis cuentos o poemas, pero con
los hombres hago lo mismo. Incluso yo salgo mal parado muchas veces. Si
realmente pienso que algo es malo, digo que es malo, sea hombre, mujer, niño o
perro. Las mujeres son tan quisquillosas, piensan que me las agarro con ellas
en particular. Ése es su problema”.
En 1970 decidió renunciar a su trabajo en la oficina de
correos para dedicarse a escribir todo el tiempo. Tenía 49 años. Por aquellos
días escribió una carta en la que exponía los motivos de su decisión: “Tengo dos opciones, permanecer en una
oficina y volverme loco o quedarme fuera y jugar a ser escritor y morirme de
hambre. He decidido morir de hambre.”
A menos de un mes de haber dejado el trabajo en la oficina de correos,
terminó su primera novela titulada “Post Office” (El Cartero). A ésta siguieron
otras cinco, protagonizadas todas por Henry Hank Chinaski, alter ego del propio
Bukowski, entre las que destaca “La senda del perdedor” (1982).
Los cuentos de Bukowski fueron reunidos en varios volúmenes, siendo el
más conocido “Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones” (1972), en el que recoge
relatos publicados anteriormente en varias revistas underground. Su obra
inspiró a Marco Ferreri para realizar la película, “Tales of Ordinary Madness”
(1981), a la que siguió “Barfly” (1989) de Barbet Schroeder, con guión del
propio Bukowski.
La prosa de Bukowski es autobiográfica en un 90%, según el propio
autor, mucho más que su poesía. El alcohol, el sexo, la soledad y los aspectos
más absurdos y sórdidos de nuestra civilización ocupan un lugar de honor en la
obra de Bukowski, que siempre evitó los ambientes literarios; prefería los
bares y las habitaciones lúgubres.
Sobre la moral convencional opinaba que:
“Puede que no exista el infierno, pero los que juzgan pueden crearlo. Pienso
que la gente está sobredomesticada. Uno tiene que averiguar lo que le pasa, y
cómo va a reaccionar. Voy a usar un término extraño aquí: el bien. No sé de
dónde viene, pero siento que hay un básico rasgo de bondad en cada uno de
nosotros. No creo en Dios, pero creo en esta ‘bondad’, como un tubo dentro de
nuestros cuerpos. Puede ser alimentada. Siempre es mágica, por ejemplo cuando
en una autopista sobrecargada de tráfico un extraño hace lugar para que alguien
pueda cambiar de carril. Es esperanzador”.
Actualmente Bukowski es conocido como uno de los mejores y el último
escritor de la generación Beat, a pesar de que nunca fue asociado con Jack
Kerouac o Allen Ginsberg. El mismo Jean Paul Sartre lo consideró el mayor poeta
americano.
Bukowski creó una obra que posee energía e identidad, cimientos de una
actitud que niega las estructuras formales y de un realismo sucio que tiene
momentos de belleza singular, la cual definía como algo relativo ya que
"No existe algo como la belleza, especialmente en un rostro humano, eso
que llamamos fisonomía. Todo es un imaginado y matemático alineamiento de
rasgos. Por ejemplo, si la nariz no sobresale mucho, si los costados están
bien, si las orejas no son demasiado grandes, si el cabello no es demasiado
largo. Es una mirada generalizadora. La gente piensa que ciertos rostros son
hermosos, pero, realmente, no lo son. La verdadera belleza, por supuesto, viene
de la personalidad. No tiene nada que ver con la forma de las cejas. Me dicen
de tantas mujeres que son hermosas, pero cuando las veo, es como mirar un plato
de sopa”.
Hoy te dejo en compañía del poeta que alguna vez dijo de sí mismo: “Soy
el que ahuyentó el miedo de la correa de mi padre cuando era azotado en el
cuarto de baño, soy Bukowski, el que lo miró a los ojos y advirtió que ya no
despedían fiereza, sino que parecían vacíos y evitaban los míos. Soy quien
bebió whisky a su antojo en los céntricos bares de Los Ángeles, el escritor que
inyecta sangre y “belleza”, soy la bestia, soy un hombre de palabras, soy la
humedad de la noche; la caída vertiginosa del mundo, el rebelde que rió de su
padre cuando le decía que debía ser ingeniero para ganar mucho dinero, soy
quien junto a Hemingway exploró las corrientes subterráneas del corazón del
hombre. Soy Bestiabuk el poeta que pasó toda la noche mirando la fiesta de
graduación a través de la malla metálica de la ventana, soy el hombre de la
barra que mira a esa joven hermosa con un trago en la mano susurrando a la
oreja de su acompañante. Soy quien ve a muchos hombres muertos, recibiendo
órdenes con una sonrisa de imbéciles, serviles y encantado de serlo. Soy
Charles Bukowski, soy la orilla de un vaso que corta, soy sangre…”