Tras el invierno, torpe y afligido,
florecí con la primavera. Una dulce luz
me colmó el pecho. Sacaba
una silla. Me sentaba durante horas frente al mar.
Escuchaba las balizas y aprendí
a expresar la diferencia entre una campana
y el sonido de una campana. Quería
todo lo que estaba a mi lado. Incluso quería
dejar de ser persona. Y lo logré.
Sé que lo hice. (Ella puede corroborarlo.)
Recuerdo aquella manaña en que cerré la caja de
la memoria y giré la llave.
Cerrada para siempre. Nadie sabe lo que me ocurrió
aquí fuera, mar. Solo tú y yo lo sabemos.
Por la noche, las nubes cubrieron la luna.
Por la mañana ya se habían ido. ¿Y aquella dulce luz
que dije antes? También se había ido.
Raymond Carver.
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