Todo el mundo en este mundo tiene su debilidad.
La mía es escribir poesía.
Me liberé de mil ataduras mundanas,
pero esa enfermedad no se fue nunca.
Si veo un lindo paisaje,
si me encuentro con algún amigo querido,
recito versos en voz alta, contento
como si se cruzara en mi camino un dios.
Desde el día en que me desterraron a Hsün-yang,
la mitad de mi tiempo lo viví acá en las montañas.
A veces, cuando termino un poema,
subo solo por la ruta hasta Punta del Este.
Por los acantilados, que están blancos, me asomo:
arranco de un tirón un gajo verde de casia.
los valles y montañas se espantan con mi canto enloquecido:
pajaritos y monos me vienen a espiar,
a mí que, temeroso de que el mundo me tome a broma,
elegí este lugar, al que no vienen los humanos.
Leonardo Fróes.