Aire

 

¿Y si el aire se endurece
y nos atrapa?
Y sólo los que estaban abrazándose
en ese preciso momento
van a estar abrazándose.
Y sólo los que se estaban mirando
se van a estar mirando.
Los que acaban de hacer una promesa
nunca van a faltar a esa promesa.
El chico que cuenta en voz alta
detrás de un árbol
no va a llegar a veinte
detrás del árbol.
Y los otros chicos van a estar escondidos,
cada cual en su propia soledad momentánea.
El hombre que se tira desde un acantilado
al mar va estar tirándose.

 

Malena Mörling.

DULCE LUZ


Tras el invierno, torpe y afligido,
florecí con la primavera. Una dulce luz

me colmó el pecho. Sacaba
una silla. Me sentaba durante horas frente al mar.

Escuchaba las balizas y aprendí
a expresar la diferencia entre una campana

y el sonido de una campana. Quería
todo lo que estaba a mi lado. Incluso quería

dejar de ser persona. Y lo logré.
Sé que lo hice. (Ella puede corroborarlo.)

Recuerdo aquella manaña en que cerré la caja de
la memoria y giré la llave.
Cerrada para siempre. Nadie sabe lo que me ocurrió

aquí fuera, mar. Solo tú y yo lo sabemos.
Por la noche, las nubes cubrieron la luna.

Por la mañana ya se habían ido. ¿Y aquella dulce luz
que dije antes? También se había ido.


Raymond Carver.

 

Teoría de la memoria

 

Hace mucho, mucho tiempo, antes de convertirme en una artista afligida, atormentada por el deseo pero incapaz de establecer vínculos duraderos, era la gloriosa soberana que unificaba al fin un país dividido: eso me dijo la adivina que me leyó la palma de la mano. Te esperan grandes cosas por delante, o tal vez por detrás: es difícil decirlo a ciencia cierta. Y sin embargo, agregó, ¿cuál es la diferencia? Ahora eres una nena de la mano de una adivina. Todo lo demás son hipótesis y sueños.

 

Louise Glück.

Race horse


Y mira tú, muchacha, de quién viniste a enamorarte,
a quién viniste a amar para toda la vida,
a quién decidiste no olvidar:
es un caballo de carreras, ese muchacho es un caballo de carreras
y corre siempre junto a la barda colmada por espinos
y sus músculos inflamados siempre a punto de reventarse.
¿Quién lo conduce?
Sus estribos son ríos a los cuales muerde para intentar romper.
Sus ojos ven un horizonte de fuego al que no puede dejar de dirigirse.
Sus cascos son de un cristal incorruptible que aniquila a la piedra.
Su crin es el viento azotado por el relámpago.
Una tormenta tiene donde debió tener un breve corazón,
una tormenta a la cual teme incluso el invierno mismo.
Su imaginación es la misma que la de la montaña
y la del grito que corta el silencio de la montaña desolada.
No es de fiar.
¿Quién confiaría su alma a una tormenta?
¿Quién brindaría su piel al cuchillo de fuego
o su voz al silencio de la flauta quebrada por el odio?
Y mira tú, muchacha dulce, te abriste como un cofre
lleno de perlas que parecían brotar de la luz misma
y él ni siquiera pudo notarlo, él es un caballo de carreras
y no le importa ni la ciudad ni el camino que lleva a la ciudad
ni las joyas ni un cuello lleno de joyas ni un cofre lleno de joyas,
solo le importa el bosque y el campo abierto y la playa interminable
pero sobre todo la pista, esa pista de grama, arena y piedra,
y mira tú de quién viniste a enamorarte,
a quién quisiste guardar en ti como un corazón nuevo
a quién quisiste abrazar hasta perder los brazos
a quién quisiste mirar hasta cerrar tanto los ojos
que no consigues ya mirar la dicha.
Mira tú, muchacha linda, a quién quisiste amar,
a un obstinado caballo de carreras cuya pista es el mundo.


Jorge Galán.

AZORADO EL RAYO


Las bachas apagadas en la corteza / el polvaredal de 
                                                        recuerdos
Mi primer santo & seña: papalote & paliacate 
((chile verde <--> vulva en flor))
Ya no me muevo gramaticalmente
Ahora aromo
Al paso de nalgas & de ovnis
vidas truncas & misterios
Estoy trepando 1 sol
Soy la seda de la oruga / el neón de la otra teta 
Para albur: me cojo solo
Quevedeo a mi Cervantes
¡¡Estoy ordeñándome!!
Tras las morgues de los rastros
o de 1 sonrisa que sacuda
las tinieblas que nos cubren
((Mi-yo-tú))
Si es posible amar / ¿Porqué el quebranto? 
La misma historia ((la e en la o))
La carrera de los sapos tras sus sapas 
perfora la condena bajo el agua
Pero el aullido no para de rumiar su aquí
& las flautas & los panes
-las semillas del fluir-
pese al peso del cadáver regurgitan
La adivinanza está en el aire
Su trance es su huipil.


M.S. Papasquiaro.

Desperté


como llamado por la claridad de la noche,

o por el aire tibio que olía a madreselva.

La carretera bajaba en línea recta

hacia un valle extensísimo

bajo el imperio de la luna.

En el silencio, sólo se escuchaba

el susurro del coche a toda velocidad.


Pero el susurro me alarmó de pronto,

como el escándalo de un despertador.

Crispé las manos, aferradas al volante,

y abrí los ojos, contra el peso del sueño.

Estuve a punto de frenar bruscamente,

pero me limité a quitar el pie del acelerador.

Todo seguía impasible, como si nada hubiera pasado.


Me acordé del instante inverosímil

de estar en vilo por el aire,

como si despegara aquella nave espacial

que nos llevaba a un día de campo,

muchos años atrás. ¡Qué suavemente

se pasa a la voltereta!

Sentí el tam tam violento del corazón

y una especie de vértigo en los testículos.


Empecé a frenar suavemente, hasta detenerme

a la orilla de la carretera. Bajé del coche

para respirar, para recuperarme,

para orinar el susto,

como manda la medicina tradicional.

Fue seguramente un parpadeo,

menos que un segundo. Pero qué importa:

todo pudo pasar. En el silencio, sólo se escuchaban

los ruidos misteriosos de la noche apacible.


Aquella paz, de la vida en lo suyo, del viento

entretenido en chismear con las hojas,

de la tertulia de los grillos, de la espléndida luna

que, con la misma lejanía,

hubiese contemplado los restos del accidente,

me dio un segundo pánico.


Pánico de mí, de mi cadáver al volante,

que despierta y soy yo. Pánico del autor

de mis actos, que aparece y desaparece.

Pánico de esos actos anónimos,

en busca de autor,

como el mugido tenue de la brisa

casi a punto de hablar


en sílabas delirantes, en el límite ambiguo

de escucharse sonámbula y despertar,

o gemir en un sueño sin memoria.


¿Soy una autonomía que conduce a un autómata

que conduce un automóvil? ¿Desperté o despertó?

¿Soy una mente ida, un fantasma venido,

un cadáver quedado? ¿Recobré la conciencia

o la conciencia me recobró? ¿De quién fue el salto

por encima del abismo, entre el principio y fin

del piloto automático que estuvo a cargo,

mientras dejé de ser? ¿O seguí siendo quién,

dónde, cómo, al ausentarme?

¿Volví a nacer (reencarné, resucité)

como lector de un cuerpo y unos actos

que resultaron míos? ¿Soy

el autor de esos actos? ¿Soy el editor,

que los deja fluir o los corrige?

¿Soy ese fluir de un manantial desconocido?

¿Soy una grabación que se vuelve consciente

y, en vez de repetirse, como un mensaje pregrabado,

se asume y continúa hablando por su cuenta?

¿Soy la brisa que habla, un soplo que se exhala

y sin embargo se conserva en algún lugar?

¿Soy el Espíritu Santo que baja a una computadora,

asume su memoria de sílice, anima el barro y dice

/ yo?

¿Nací cuando ya había empezado la película

de mi vida, de la cual me contaron el principio?

¿Después de las primeras escenas,

de los primeros créditos, del valle que se extiende

bajo la luna, en una toma larga y lenta

del coche a toda velocidad? ~



Gabriel Zaid.

Pops de desolación


(4)
Perseguí ese
cuerpo—perseguí
Un fuego furioso

(5 a 8)....

(9)
Yo, mi pipa,
mis piernas cruzadas—
Lejos de Buda


Jack Kerouac.

Mi trabajo


Levanto la vista y los veo acercarse
por la playa. El hombre joven
lleva al bebé en una mochila.
Esto le permite tener las manos libres,
así puede darle una a su mujer
y balancear la otra. Cualquiera se daría cuenta
de lo felices que son. Y la intimidad. Cuánta armonía.
Son más felices que nadie, y lo saben.
Se sienten agradecidos por ello, son humildes.
Caminan hasta el final de la playa
y desaparecen de mi vista. Eso es, me digo,
y vuelvo a esto que rige
mi vida. Pero a los pocos minutos

vuelven caminando por la playa.
Lo único distinto
es que se han cambiado de posición.
Ahora él va al otro lado de ella,
junto al océano. Ella, de este lado.
Pero todavía van de la mano. Parecen incluso
más enamorados, si es posible. Y lo es.
Yo mismo paseé por ahí muchas veces.
El suyo es un paseo modesto, quince minutos
de ida y quince de vuelta.
Han tenido que sortear a su paso
alguna roca y rodear enormes troncos,
moverse con rapidez cuando se acercaban con fuerza las olas.

Caminan tranquilamente, despacio, de la mano.
Saben que el agua es imprevisible,
pero son tan felices que la ignoran.
El amor en sus rostros jóvenes. Su encuadre.
Puede que dure siempre. Si tienen suerte,
si son buenos y se mantienen atentos. Y prudentes. Si siguen
amándose sin límite alguno.
Si son sinceros el uno con el otro, eso sobre todo.
Seguro que lo serán, desde luego, seguro que sí,
ellos saben que sí.
Vuelvo a mi trabajo. Mi trabajo vuelve a mí.
Se alza una brisa del agua.


Raymond Carver.


Apenas supe de la existencia del amor
comencé a buscarte sin saber de mi ceguera.
Los amantes jamás se encontrarán
porque moran eternamente uno en el otro.


Rumi.


Armando Guerrero, Oaxaca, México.