Mi trabajo


Levanto la vista y los veo acercarse
por la playa. El hombre joven
lleva al bebé en una mochila.
Esto le permite tener las manos libres,
así puede darle una a su mujer
y balancear la otra. Cualquiera se daría cuenta
de lo felices que son. Y la intimidad. Cuánta armonía.
Son más felices que nadie, y lo saben.
Se sienten agradecidos por ello, son humildes.
Caminan hasta el final de la playa
y desaparecen de mi vista. Eso es, me digo,
y vuelvo a esto que rige
mi vida. Pero a los pocos minutos

vuelven caminando por la playa.
Lo único distinto
es que se han cambiado de posición.
Ahora él va al otro lado de ella,
junto al océano. Ella, de este lado.
Pero todavía van de la mano. Parecen incluso
más enamorados, si es posible. Y lo es.
Yo mismo paseé por ahí muchas veces.
El suyo es un paseo modesto, quince minutos
de ida y quince de vuelta.
Han tenido que sortear a su paso
alguna roca y rodear enormes troncos,
moverse con rapidez cuando se acercaban con fuerza las olas.

Caminan tranquilamente, despacio, de la mano.
Saben que el agua es imprevisible,
pero son tan felices que la ignoran.
El amor en sus rostros jóvenes. Su encuadre.
Puede que dure siempre. Si tienen suerte,
si son buenos y se mantienen atentos. Y prudentes. Si siguen
amándose sin límite alguno.
Si son sinceros el uno con el otro, eso sobre todo.
Seguro que lo serán, desde luego, seguro que sí,
ellos saben que sí.
Vuelvo a mi trabajo. Mi trabajo vuelve a mí.
Se alza una brisa del agua.


Raymond Carver.

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Armando Guerrero, Oaxaca, México.