Balada para un loco.


Tengo una cicatriz en la barbilla.
Me la hice a una edad en que tenía
un motor de colibrí en las alas.

Mamá asegura que no me asusté
cuando la piel abrió su terciopelo rojo.
Aunque yo no le creo,
nunca he sido valiente ante el dolor.

El resto de la historia
es esta cicatriz:
una huella pálida, sin vello,
la piel vulnerable en sus costuras.

Por eso no me dejo la barba,
habría un surco estéril, un río blanco,
un rayo de calvicie.

Y no es verdad que cada marca
que hace el tiempo implica una lección.
Yo no supe aprender.
Lo prueban las heridas
que me hago en todas partes
además del cuerpo.

Aunque ya no tenga
motor de pájaro
sino de lagartija,
sigo cayendo sin meter las manos.

 

Orlando Mondragón.

El arbol de membrillo.

 

El tiempo era, al final, nuestro único tema.

Por suerte, vivíamos en un mundo con estaciones:

sentíamos que teníamos acceso a cierta variedad:

oscuridad, euforia, varios tipos de espera.

 

Supongo que, en rigor de verdad, nuestros intercambios

no se podían llamar conversaciones, porque se imponía

el acuerdo, la repetición.  

 

Y aún así, sería un error pensar que no teníamos 

idea de lo que le pasaba al otro y que no respondíamos 

en profundidad al mundo, como sería un error pensar

que vivíamos vidas limitadas o vacías.

 

Teníamos gran riqueza.

Teníamos, de hecho, todo lo que veíamos

y si bien es verdad que no veíamos 

ni demasiado lejos ni con mucho detalle,

lo que podíamos discernir lo absorbíamos

con un hambre que apenas se imaginan los jóvenes,

como si toda la experiencia se hubiese canalizado

en estas pocas percepciones.

 

Canalizado sin dejar recuerdo.

Porque para nosotros, el pasado era un referente perdido,

una imagen perdida, un relato perdido. ¿Qué contenía?

¿Había amor ahí? ¿Alguna vez

habrá habido un esfuerzo sostenido? ¿Y fama?

¿Habrá habido algo así alguna vez?

 

Al final, no hizo falta preguntar. Porque sentíamos

el pasado; estaba, de algún modo,

en esas cosas, el jardín de adelante y el de atrás

las impregnaba, dándole al arbolito de membrillo

un peso y un sentido casi insoportables.

 

Perdida por completo y a la vez extrañamente viva, la totalidad de nuestra existencia humana:

Sería un error pensar

que porque nunca salíamos del jardín

lo que sentíamos era reducido o parcial.

En su grandeza y su esplendor, el mundo

estaba al fin presente.

 

Y de eso conversábamos o hacíamos alusión

cuando se nos daba por hablar.

El tiempo. El árbol de membrillo.

Y tú, en tu inocencia, ¿qué sabes de este mundo? 

 

Louise Glück.

TAO TE CHING, XVI

 

Permítete vaciarte por completo.

Permítete una calma verdadera.

Las cosas van y vienen a la vez.

La planta es flor porque va a ser raíz.

Volver a la raíz: eso es la paz.

Es lo que algunos llaman el destino,

y esa vuelta también es la constancia.

Reconocer esa constancia es luz,

y no reconocerla, incoherencia.

A su vez, la constancia es comprensión,

que es apertura y magnanimidad.

La magnanimidad: eso es el cielo.

El cielo y el camino son lo mismo:

son largos aunque el cuerpo sea corto.

 

Lao - Tse.

Retrato del maniquí como Dios.


¿Por qué no me amas? Te puedo dar todo esto:

la tierna cabeza de tu papá indultada por el tiempo, con

las comisuras de los labios limpias de azúcar. Tus árboles

han visto más humo que crepúsculo. Tus sedas & tu ropa

de cama ya no están. Esto también lo vi pasar. Ciertamente,

algo oscuro se rompió en una habitación a oscuras. Tal vez tu

maldición, a lo mejor el hechizo que te protegía. Suponiendo

que tuviera la respuesta, ¿& entonces? Mucho más fácil para mí

sacarte a patadas de acá que sonsacarte algo. Tu hogar, el lecho

de un río, un chorrito de agua entre los dedos de los pies. Tú,

la bestia peluda. Podría jurar que te conozco. Eres de

un lugar que tiene muchos dioses terribles. No tengo nada

que pueda servirte. Si deseas tanto lo divino,

puedes inventar a otra persona. No le importa a nadie.


Logan February.

Me imagino a los dioses.

 

...

Enséñenme mi propia mortalidad, asústenme
para hacerme vivir en el presente. Ayúdenme
a encontrar el peso de estos días. Que las noches
van a estar bien llenas y mi corazón, salvaje.

 
 
Jack Gilbert.

Sobre padres y agua hirviendo.

 

Papá se evaporó como el rocío en diciembre.
A veces la tristeza todavía me baila por las manos.

Estoy juntando lágrimas para el día
en que me vuelva lluvia.

Hago de cuenta que él habría mirado
mi cuerpo abierto & habría dicho qué hermoso.

Ya sé que no; me engaño,
mareado por el vapor & la esperanza desesperada.

El estómago se ríe de mí,
las costillas chillan de hambre.
“No sean crueles, por favor cállense”.

Estoy seguro de que no hay imperfecciones en el cielo;
el maná es sin azúcar &
tienen hijos heterosexuales &
asan perfectamente el pescado &

seguro que él ya se olvidó de mí.
Debería aprender a resignarme,

pero no puedo evitar pensar
que debería haberle preparado una cajita con sal
& mi verdad & agua de lluvia

para la buena suerte. Para despedirme.
Para siempre.



Logan February.

NOCHE DE DICIEMBRE, 72


Aquí llego yo, el hombre invisible, tal vez empleado

en una gran Memoria para vivir justo ahora. Y paso en coche


ante la blanca iglesia cerrada — dentro hay un santo de madera

sonriente, desamparado, como si le hubiesen quitado las gafas


Está solo. Todo lo demás es ahora, ahora, ahora. La ley de la gravedad que nos empuja

a ir al trabajo por el día y a la cama por la noche. La guerra.



Tomas Tranströmer.

LA ESPERANZA ES UN CAJÓN DE ABEJAS


Cruzo los dedos quebrados para pedir un deseo:
que las ramas de los árboles me protejan de los dragones

y del mal. Pululan escarabajos por el sillón.
Mi terapeuta dice que la palabra es “trauma”.

Un pájaro caído se hace humo.
Yo revuelvo el azúcar de mi té, parado en la mitad

del vendaval de hojas secas. Espero que
papá me esté esperando donde termina el bosque 

pero ya sé que él no existe más.
Me llueven las pastillas que me recetaron.


Logan February.

26


Me levanté con las luces del día,
como de niño cuando había viaje en casa.
Sobre mis huellas volaban las mismas aves
pesadas de sol,
viento,
llovizna.
Resonaron las costas por última vez, mi cuerpo se
acostumbró a caminar de nuevo y con la sal perdida
construí una torre
llameante.

 

Rafael Cadenas.


Armando Guerrero, Oaxaca, México.