A tientas, al fondo de la niebla
que cae de los remotos días,
volvemos a sentarnos
y hablamos ya sin vernos.
A tientas, al fondo de la niebla.
Sobre la mesa vuelve el aire
y el sueño atrae a los ausentes.
Panes donde invernaron musgos fríos
en el mantel ahora se despiertan.
Yerran vapores de café
y en el aroma, reavivados,
vemos flotar antiguos rostros
que empañan los espejos.
Rectas sillas vacías
aguardan a quienes, desde lejos,
retornarán más tarde. Comenzamos a hablar
sin vernos y sin tiempo.
A tientas, en la vaharada
que crece y nos envuelve,
charlamos horas sin saber
quién vive todavía, quién está muerto.
Eugenio Montejo.
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