LA REALIDAD NO SE ESFUMA
como se esfuman los sueños.
Ni ruidos ni timbres
la dispersan,
ni gritos ni estruendos
la interrumpen.
Las escenas en los sueños
son equívocas y ambiguas,
lo que se puede explicar
de muy distintas maneras.
Lo real representa lo real,
por eso es su mayor misterio.
Para los sueños hay llaves.
La realidad se abre sola
y no se deja cerrar.
Por el resquicio se asoman
certificados y estrellas,
se derraman mariposas
y almas de viejas planchas
gorros sin sus cabezas
y los cráneos de las nubes.
De esto surge un acertijo
que no tiene solución.
Sin nosostros no habría sueños.
Aquel sin quien no habría realidad
no es conocido,
y el producto de su insomnio
se contagia a todo
el que despierta.
No deliran los sueños
delira la realidad
aunque sea por insistencia
con que se aferra
al suceder de los hechos.
En los sueños aún vive
nuestro difunto reciente,
goza de buena salud,
se ve incluso más joven.
La realidad tiende ante nosotros
su cuerpo sin vida.
No retrocede ni un paso.
Los sueños son tan ligeros
que la memoria se los quita de encima facilmente.
La realidad no tiene que temerle al olvido.
Es un hueso duro de roer.
Nos trae de cabeza,
nos pesa en el alma,
se nos enreda en los pies.
No hay escapatoria,
la realidad nos acompaña en cada huída.
Y no hay una estación
de nuestro itinerario
en la que no nos espere.
Wislawa Szymborska.
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